Teo Mesa
De nuevo, en su inagotable e igualmente ávido en la creación escritural, bajo la constante y laboriosa vocación, nos ha presentado en pasadas fechas, en el filantrópico Museo Poeta Domingo Rivero, un recientemente horneado volumen bibliográfico, el escritor Mario Simbio. Este ensayista pretende ser anónimo y describir sus impresiones vividas y maneras de ver y estar activo en la vida, según su peculiar forma de ser y eficaz filosofía pensativa. Tomás Rivero, como así es el nombre de pila, no pretende ser específicamente el autor de esta reflexión escritural y figurar en primera persona, en un afanoso yoísmo –que tan febrilmente se practica hoy en día–, en esos pensamientos impresos en los varios libros por él personalmente editados, desde hace varios años.
El autor o Mario Simbio desea que sus emociones descritas queden en un absoluto anonimato, de una persona en concreto, que otea los acontecimientos vivenciales e interpretaciones ideológicas, que las palpa subjetivamente y las materializa literalmente a través de su distintiva sensibilidad exegética. No cabe la menor duda, que no pretenda sucumbir a su practicada modesta personalidad, carente de total hipocresía, ni en ningún momento, en un histrionismo dado. Solo pretende no figurar, ni conjugar el verbo en primera persona, como el sujeto conocido, que piensa (aunque lo sea en ‘anticuado’) como lo hace Tomás Rivero. Él es ferviente a su Pensamiento anticuado, a su bondad y honestidad en sus actuaciones personales y a su tendencia en la humildad predicada y activa, en su proceder humanista y humanitario, con y ante los demás, especialmente con sus queridos amigos, que también lo veneran por esas cualidades humanas.
Tomás es una de las pocas personas generosas y atentas con sus amistades, que por estos tiempos que corren, de despiadado materialismo y infertilidad cerebrada, poco se cultivan en bonhomía y caballerosidad. En sus actos y charlas es hombre de elogiable modestia en atención, respeto y generador de paz, la cual también, transmite su compañía y presencia. Por ello, desde sus principios, en que anidaba en su psiques ese talento de escritor y pensador nato (entre otras sensibilidades manifiestas para las artes plásticas y literarias), ha querido sustraerse a su nombre bautismal, para apodarse con el que firma: Mario Simbio. De esa manera, huye de personalismos y pasa incógnitamente desapercibido entre la multitud que lee sus reflexiones. Reflexiones que no son el origen de la inmediatez ni la improvisación casual.
Él quiere ser, y así actúa, uno más en el engranaje social de la grey en el convivium. Al fin y a la postre, da igual cómo se llame, o qué nombre porte en la piel que le cubre en su alter ego, el que piensa, especula, se manifiesta y lo entinta con su negra escritura impresa. De esta forma y para todos los demás congéneres, nos muestra y desvela las vivencias comunes, las de todos. Las cuales nos relata desde su original atalaya, por un ser culto y oculto en un personaje teatral, que narra sus visiones interiorizadas. Da igual que la rosa se llame rosa, o de otro nombre, porque siempre conservarán la misma forma, color e igual aroma. Como manifestaba Romeo, en su apenada agonía por conseguir a su quimérica amada Julieta (Shakespeare, en su obra Romeo y Julieta, entre las dos desavenidas familias rivales).
El pensamiento y las reflexiones manifestadas en todas sus obras de ensayo: Mario Simbio, Zoquete perfecto, Intronauta, y Pensamiento anticuado, son el producto del mismo resultado didáctico, deductivo y bajo un escrutador razonamiento de los asuntos tratados y preocupados en el escritor. Y lo ofrece a los demás de forma gratuita, para que los otros comulguen, o no, con ese juicio personalizado. O en su libre albedrío muestren su diatriba, ante estos subjetivados pareceres por él expuestos. Esa es la esencia de la retórica ensayística, se comulga con ella o se rechaza frontalmente.
Tomás Rivero cumple con un destino genético, innato y marcado en su ser. Éste don estuvo atenazado durante gran parte de su vida, dedicada ésta, por motivaciones vivenciales imprescindibles, a otra antagónica profesión. Desde hace algún tiempo, puede dedicar todos los espacios de los días a meditar y plasmar escrituralmente sus pensamientos sobre la hoja de papel (o por píxeles informáticos), expresando sus ideas sobre la existencia, el devenir de los comportamientos humanos y de todos los avatares, que supone y se relacionan con la enigmática psiquis y el difícil pasar, lo más gratamente feliz, por este tiempo de vida del que gozamos.
Este escritor del barrio de Triana laspalmeño, donde ha desarrollado su vida juvenil, profesional y ahora su meditación literaria, nos deja patente que es pacífico por naturaleza y principios éticos y rechaza cualquier forma de violencia dialéctica y radical apasionamiento. Ni aún en sus libros se manifiesta acritud alguna, contra nada ni contra nadie.
Todos los volúmenes, que hasta ahora ha presentado este pensador-filosófico, están concebidos desde un razonamiento vivido e intuido en la intimidad del propio autor. Son libros que nos invita, también, a tomar la misma –o desigual– deliberación que el planteamiento descifrado por el escritor. Por ello, (y en todos los libros editados anteriormente), al igual que ocurre con la poesía o la música o el arte de la plástica, no son obras para leer, distraerse con ellas, o pasar el rato matando el tiempo.
Son reflexiones de profundo calado que hurgan en la razón del lector y la hacen despertar de su letargo conductual, al que nos subyugan los poderes maniqueístas del sistema político, religioso y social dominante. Son reflexiones que nos hacen pensar, y por lo tanto, itero, no son para ser leídos en cualquier momento o lugar. Tienen su momento, su predisposición y su espacio de lectura. Siempre en armonía con un determinado estado de ánimo.
Todos los temas que trata y analiza en su raciocinio mental, en los varios y concisos apartados expuestos, están fundamentados bajo el prisma de su introversión. Éstas nos hacen pensar, recapacitar y tomar una actuación por parte del lector. Deben ser leídos con absoluta tranquilidad, sin prisas e ingiriendo cada uno de los asuntos temáticos de actualidad, y de siempre, generalmente. No son fáciles ni sutiles las meditaciones escritas por este intelectual. Son cargas de profundidad para hacer pensar a su vez al lector.
Entrando en materia de análisis de este presente libro Pensamiento anticuado, que es símil a todos los anteriores, Mario Simbio hace una continuada apelación a los librepensantes, para que actúen constantemente en una actitud de ‘absoluta anarquía individual’ bajo las directrices de su pensamiento razonado, alejado de todos los foros y grupos sociales de unión y presión proselitista, que puedan cercenar su libre opinión o libertad de pensamiento propio e individualizado. Bien sean estas catervas sectarias, económicas o grupos políticos, que actúen subliminalmente ante la manifiesta y autonomía para deliberar o actuar bajo su albedrío de acción y conciencia, creando corrientes de razonamientos conducidos por otros líderes de la coacción.
Se denota, tanto en este como en los anteriores volúmenes bibliográficos, el singular vocabulario empleado en las descripciones de sus observaciones temáticas. Está cargado de giros, y en muchos de sus términos cultivados, con nuevas palabras que ‘reinventa’ en su repertorio escritural, por lo que deja al lector en un mar de dudas, y a veces, en la significación de algunos de los términos impresos en el libro. Hecho que revela, que también en los vocablos, busca su opinable aportación y originalidad creativa.
‘Coincidentes’ es un término que aplica con frecuencia, y se explica con él, que no son seguidores, discípulos, fieles sectarios, sino un razonador que está liberado o en proceso de liberación de tener un Pensamiento anticuado. Por lo que no es miembro del club del seguidismo borreguil.
En ‘El Manifiesto’ hace un personal análisis, que en base a su ética, nos transmite sus sentimientos humanos ante la existencia, su particular modo de pensar, facilitándonos una significada lección de humildad al aceptar lo natural y refutando lo contranatura y la inmoralidad, que pueda experimentar el ser humano en sus tentaciones continuadas.