Paso por la calle algunos días y casi sin pensarlo.
Triana siempre con sus idas y venidas, el periódico, el cafecito, la lotería, las terracitas, el calor o el frío, todo.
Paso por esa calle, si subo o si bajo… y algunos, días me seguiría quedando a escuchar su voz honda, suave, pero fuerte, segura y elegante. Él me llamaba así, a un solo golpe de voz, mi nombre de dos sílabas se convertía en una sola sílaba alargada.Su voz acompañada de una sonrisa espléndida, generosa, traviesa.
¿A dónde vas, Pepe? Por qué otras calles siguen tus pasos, tus prisas, tus cosas. Llegarán otros veranos con sus solajeras cansinas y pesadas, de esas que dicen que rajan las piedras; llegarán los inviernos, grises y húmedos y cortos, demasiado cortos para tener que seguir echándolos de menos un año entero.
Tus pasos, Pepe, en cada esquina, en cada cruce, en cada instante perdido de la memoria, hombre grande.
Una ciudad adecuada a nuestros recuerdos, con una casa nuestra en el centro, con una casa para la cultura y el encuentro, sin condiciones, sin acondicionamiento, sin delirios, sin tormentos ni angustias, sin tonterías ni machangadas baratas ni servilismos a nada ni nadie.
Hoy me subo a este carro del tiempo y escucho poemas en una sala grande y acogedora, un montón de personas entran y salen, se suceden días tras días y tú, Pepe, levantas un brazo y haces un gesto sencillo, un saludo de amigo y anfitrión, de ese hombre culto que llevas en tí como unos tirantes, como lo que eres, Pepe, un hombre bueno.
(A la memoria de mi amigo noble, Pepe Rivero, el nieto de un poeta).