Arrójase el torrente de la altura,
su cauce abriendo por la roca hendida,
y cuanto más ahonda más olvida
que el surco espera tras la orilla dura.
No adivina que el agua en la llanura,
mermando entre la tierra humedecida,
serena siente que, al morir, la vida
brota de su fecunda sepultura.
Torrente el alma fue de aquel coloso
de sí solo poeta y compañero,
y ya alcanza a su aliento poderoso
el fallo de tu espíritu severo:
Faltó a su pecho para ser esposo
lo que a su genio para ser Homero.
Domingo Rivero